Recomponerse, volver con un giro lento y pausado del cuerpo cansado hacia el pasado. Recordar sin filtros, los eventos naturales y sencillos que dieron color a nuestra vida.
Mirar imágenes retrospectivas sin el retoque del filtro, degustarlas sin edulcorantes, y olvidar el uso de las buenas maneras.
Saltar dentro del charco embarrando los pies desnudos, volvernos sordos y solo escuchar el latido de nuestro corazón, y el zumbido de la sangre tibia surcando por nuestras venas, dando vida a todo lo que toca. Mirar la tibieza del alma neonata, dando a luz a la sorpresa en los ojos que ven por primera vez.
Sentarse en el suelo con las rodillas empolvadas, sin los grilletes de las opiniones ni las costumbres, quedarse indiferente ante la cámara, y correr hacia la nada con la misma mirada con la que sueñas despierto.
Desaprender, nacer de nuevo sin morir antes, deshacerte del hedor de lo que se supone y lo que debes, sumergirte en las aguas tibias y amnióticas, donde todos flotamos una vez, como estrellas ardiendo en el ancho mar del universo...

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